marzo 15, 2025

Los Jóvenes Flaquean y Caen



Hay días en que el cansancio pesa como una sombra densa. Los pasos se vuelven lentos, las fuerzas se desvanecen, y hasta los más jóvenes, llenos de vigor, tropiezan y caen. Es una verdad que todos conocemos: el agotamiento no respeta edad ni voluntad. Pero en medio de esa fatiga, surge una promesa que brilla como un rayo al alba: "Él da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas". No es un regalo que pide perfección, sino un sostén para los que se atreven a esperar.

Esperar no es quedarse quieto, rendido ante el viento. Es un acto de fe, un susurro valiente que dice: "Aún no he terminado". Y entonces, algo extraordinario ocurre: los que confían en Jehová encuentran alas donde solo había peso. Como águilas, se alzan sobre las tormentas, corren sin desfallecer, caminan sin fatigarse. No es que el cansancio desaparezca, sino que una fuerza mayor lo transforma en un puente hacia lo posible.

Piensa en el águila por un momento. No teme las alturas ni las corrientes que la sacuden; las usa para elevarse más alto. Así somos nosotros cuando dejamos de luchar solos y nos apoyamos en esa fuerza que no se agota. Las alas no son un premio por ser fuertes, sino un don para los que admiten su debilidad y aún así eligen mirar hacia arriba. Cada vez que te sientes al borde del agotamiento, recuerda que no estás destinado a arrastrarte, sino a volar. Tus huellas no tienen que ser marcas de derrota; pueden ser el inicio de un ascenso que inspira a otros.

Y no se trata solo de resistir, sino de transformar. Correr sin cansarse y caminar sin fatigarse no significa ignorar el dolor, sino encontrar un ritmo que te lleva más allá de él. Es una invitación a vivir con propósito, a dejar huellas que hablen de esperanza y no de rendición. Hoy, si el peso te abruma, no te apresures a escapar; espera un poco más. En esa pausa, en ese confiar, hay un poder que renueva, que te levanta y te recuerda que tu historia no termina en la caída, sino en el vuelo que viene después.

29 Él da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas. 30 Los muchachos se fatigan y se cansan, los jóvenes flaquean y caen; 31 pero los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán. (Isaías 40:29-3; Reina-Valera 1960).



marzo 13, 2025

El Río y el Espejo



En un valle silencioso corría un río de aguas cristalinas, tan puras que reflejaban el cielo sin mancha alguna. Los viajeros se detenían a beber de él, maravillados por su claridad, y decían: "Este río es perfecto, no hay nada que lo corrompa". A su lado, en la orilla, descansaba un espejo antiguo, pulido por el tiempo, pero con bordes ásperos y un cristal que mostraba cada rostro tal como era, sin ocultar arrugas ni sombras. Los mismos viajeros lo miraban y fruncían el ceño: "Este espejo es cruel, no embellece, solo juzga".


Un día, una joven llegó al valle buscando respuestas. Se arrodilló ante el río y bebió, sintiendo su frescura, pero al mirarse en el espejo, vio sus ojos cansados y sus manos marcadas por errores del pasado. "Río, tú eres puro", dijo, "pero este espejo me hace sentir impura". El río respondió con un murmullo: "Mi pureza es mi esencia, no tengo elección, fluyo como fui creado". El espejo, con voz firme, añadió: "Yo no soy puro, pero soy honesto; te muestro lo que eres para que elijas lo que serás".

La joven meditó toda la noche. Al amanecer, tomó agua del río y la vertió sobre el espejo, limpiando el polvo que lo empañaba. Entonces, su reflejo brilló más claro, no porque ella fuera perfecta, sino porque había decidido aceptarse. "La pureza me refresca", pensó, "pero la moral me guía". Y así, dejó el valle con una huella nueva: no de quien nunca cae, sino de quien aprende a levantarse.

Sombras de Luz: La Luna de Sangre y Nuestro Despertar





Esta noche, 13 de marzo de 2025, el cielo nos regala un espectáculo: un eclipse lunar que tiñe la luna de rojo, una "luna de sangre" que ha fascinado a la humanidad desde tiempos antiguos. No es solo un fenómeno astronómico; es un lienzo donde se proyectan nuestras preguntas más profundas. En las escrituras y en las voces de los profetas, se ha hablado de estas señales como heraldos del final de los tiempos, un eco que resuena en el alma y nos pide detenernos. Pero, ¿qué significa esto para nosotros, hoy, en este instante?

Cuando la Tierra se interpone entre el sol y la luna, su sombra transforma la luz en un rojo intenso, un recordatorio de que incluso en la oscuridad hay belleza, hay propósito. Así son nuestras vidas: momentos de sombra que nos invitan a mirar dentro, a soltar lo que pesa, a sanar lo que duele. Si este eclipse marca un fin —de ciclos, de eras, de lo que ya no nos sirve—, también es un comienzo. Nos llama a reflexionar: ¿Qué huellas estamos dejando? ¿Son de amor, de verdad, de bondad?

El final de los tiempos no es solo un evento lejano; es un espejo que se alza frente a nosotros cada día. Es la oportunidad de elegir quiénes queremos ser cuando las luces se apagan y las sombras nos envuelven. Esta luna de sangre no viene a asustarnos, sino a despertarnos. Nos susurra que el tiempo es un regalo frágil, que cada paso cuenta, que cada acto de fe, de perdón o de valentía deja una marca eterna.

Así que esta noche, mientras el cielo se tiñe de rojo, haz una pausa. Pregúntate qué estás guardando en tu corazón y qué estás dispuesto a soltar. No se trata de temer el fin, sino de vivir con la plenitud de quien sabe que cada huella importa. Porque en este baile de sombras y luz, somos nosotros los que decidimos qué legado dejamos al mundo y al infinito que nos espera.

El Arte de Pedir y Confiar







Hay una promesa sencilla, pero profunda, que resuena como un eco suave en nuestras vidas: "Pidan, y se les dará; busquen, y encontrarán; llamen, y se les abrirá". Son palabras que nos invitan a movernos, a alzar la voz, a dar un paso hacia lo que anhelamos. No es una garantía de lo inmediato, sino un recordatorio de que el acto de pedir, buscar y llamar ya es un comienzo, una chispa de fe que enciende el camino.
Jesús, con su claridad de maestro, nos dibuja una imagen cercana: un padre que escucha a su hijo. Si ese pequeño pide pan, ¿quién le daría una piedra? Si pide un pescado, ¿quién le ofrecería una serpiente? Hasta nosotros, con nuestras imperfecciones, sabemos dar lo bueno a quienes amamos. Entonces, ¿cuánto más hará un Padre que ve más allá de lo que nosotros podemos imaginar? Es una certeza que abraza: no estamos solos en nuestras peticiones, y lo que recibimos, aunque no siempre sea lo que esperamos, lleva consigo una bondad que trasciende.
Pero hay más. En medio de esa confianza, Jesús nos susurra: "No se turbe el corazón de ustedes". Es fácil que el miedo o la duda nos aten, que el silencio tras una puerta cerrada nos haga retroceder. Sin embargo, él nos llama a creer, a sostenernos en algo mayor que las tormentas que enfrentamos. Y luego, como si tejiera todo en un solo hilo, nos pide dar un paso más: tratar a los demás como queremos ser tratados. Porque pedir y recibir no es solo un regalo para nosotros, sino una invitación a compartirlo.
Hoy, piensa en lo que llevas en el corazón. ¿Qué puerta no te has atrevido a tocar? ¿Qué buscas con pasos tímidos? No hay vergüenza en pedir, ni en confiar. Tus huellas se forman no solo al caminar hacia lo que necesitas, sino al abrir tus manos para dar lo que ya tienes. En ese equilibrio —entre la fe y la bondad— está la verdadera fuerza de ser quien eres.

marzo 12, 2025

Lo que es tuyo, lo que es mío



Un día, hombres astutos se acercaron con palabras dulces y una trampa escondida. Querían enredar a Jesús, hacerlo tropezar con una pregunta que parecía un callejón sin salida: ¿debemos pagar impuestos al poder terrenal o reservarlo todo para lo divino? Esperaban una respuesta que lo dividiera, que lo expusiera. Pero Jesús, con la calma de quien ve más allá de las máscaras, les devolvió una moneda y una verdad: "Denle al emperador lo que es del emperador, y a Dios lo que es de Dios".

Y con esas palabras, el aire se llenó de asombro. No era solo una respuesta ingeniosa; era un espejo. Nos invita a mirar lo que cargamos en nuestras manos, en nuestras vidas. ¿Qué pertenece a este mundo? ¿Qué le debemos a lo eterno? La moneda llevaba la cara de un rey mortal, pero nuestras almas tienen grabada la huella de algo mucho mayor.


A veces, nos enredamos en las trampas de lo cotidiano: las expectativas, las presiones, las voces que nos piden más de lo que podemos dar. Pero hay una libertad en reconocer qué es pasajero y qué es permanente. Dar al mundo lo que pide —el esfuerzo, la responsabilidad— no significa entregarle todo nuestro ser. Hay un rincón sagrado en nosotros, un espacio que no se negocia, que no lleva el sello de nadie más que de quien nos creó.


Hoy, te invito a sostener tu propia moneda. Mira su cara, su peso. ¿Qué estás dando a lo que te rodea? ¿Y qué estás guardando para lo que realmente eres? No se trata de dividirte, sino de vivir con claridad: honrar lo terreno sin olvidar lo eterno. Porque tus huellas, las que dejas en este mundo, brillan más cuando caminas sabiendo a quién perteneces de verdad.

El Valor de la Lucha: Alas Forjadas en el Esfuerzo




Un atardecer, mientras paseaba por un jardín, un joven notó un capullo que comenzaba a romperse. Fascinado, se detuvo a contemplar cómo una crisálida luchaba por emerger. Durante largos minutos, vio cómo aquel ser diminuto empujaba con todas sus fuerzas para abrirse paso a través de la estrecha grieta. Sin embargo, llegó un momento en que el avance parecía detenerse; la crisálida estaba exhausta, atrapada en su propio esfuerzo.

Movido por la compasión, el joven sacó un pequeño cuchillo de su bolsillo y, con cuidado, agrandó la abertura del capullo para liberar a la criatura. En efecto, la crisálida salió al instante, pero algo no estaba bien: sus alas estaban arrugadas, pegadas a un cuerpo débil que apenas podía sostenerse.
El joven esperó, confiando en que el tiempo corregiría lo que veía. Imaginó que pronto las alas se desplegarían majestuosas, listas para surcar el aire. Pero eso nunca sucedió. La criatura, incapaz de volar, se limitó a arrastrarse torpemente por el resto de sus días.

Lo que el joven no entendió, en su afán por aliviar el sufrimiento ajeno, es que la lucha contra el capullo no era un obstáculo, sino un proceso esencial. Ese forcejeo, aparentemente cruel, era el mecanismo perfecto de la naturaleza para fortalecer las alas y preparar a la crisálida para su destino: volar libremente bajo el cielo.

A veces, en nuestra vida, las dificultades que enfrentamos no son castigos ni errores del camino, sino las herramientas que nos dan forma, que nos preparan para alzar el vuelo cuando llegue el momento. Intentar evitarlas, o que alguien las elimine por nosotros, puede robarnos la oportunidad de descubrir nuestra verdadera fortaleza.

marzo 11, 2025

Despojado, pero no Vencido



Soy maestro universitario, y recientemente me vi enfrentado a una situación que me llenó de frustración. Mi jefe, en lo que sentí como un acto de maldad o indiferencia, me asignó la responsabilidad de organizar dos eventos académicos importantes —un congreso y un ciclo de conferencias— a pesar de que sabe que no tengo experiencia previa en ese ámbito y que mi salud no está en su mejor momento. Me pareció una carga injusta, como si me hubieran arrancado mi túnica, esa capa de seguridad y competencia que suelo llevar en mi trabajo cotidiano. Indignado, le reclamé, pero él se mantuvo firme en su decisión, sin dar marcha atrás en su plan. Me sentí arrojado a un pozo vacío, un lugar desconocido y desolador donde no tenía las herramientas ni la confianza que normalmente me sostienen.