marzo 12, 2025

Lo que es tuyo, lo que es mío



Un día, hombres astutos se acercaron con palabras dulces y una trampa escondida. Querían enredar a Jesús, hacerlo tropezar con una pregunta que parecía un callejón sin salida: ¿debemos pagar impuestos al poder terrenal o reservarlo todo para lo divino? Esperaban una respuesta que lo dividiera, que lo expusiera. Pero Jesús, con la calma de quien ve más allá de las máscaras, les devolvió una moneda y una verdad: "Denle al emperador lo que es del emperador, y a Dios lo que es de Dios".

Y con esas palabras, el aire se llenó de asombro. No era solo una respuesta ingeniosa; era un espejo. Nos invita a mirar lo que cargamos en nuestras manos, en nuestras vidas. ¿Qué pertenece a este mundo? ¿Qué le debemos a lo eterno? La moneda llevaba la cara de un rey mortal, pero nuestras almas tienen grabada la huella de algo mucho mayor.


A veces, nos enredamos en las trampas de lo cotidiano: las expectativas, las presiones, las voces que nos piden más de lo que podemos dar. Pero hay una libertad en reconocer qué es pasajero y qué es permanente. Dar al mundo lo que pide —el esfuerzo, la responsabilidad— no significa entregarle todo nuestro ser. Hay un rincón sagrado en nosotros, un espacio que no se negocia, que no lleva el sello de nadie más que de quien nos creó.


Hoy, te invito a sostener tu propia moneda. Mira su cara, su peso. ¿Qué estás dando a lo que te rodea? ¿Y qué estás guardando para lo que realmente eres? No se trata de dividirte, sino de vivir con claridad: honrar lo terreno sin olvidar lo eterno. Porque tus huellas, las que dejas en este mundo, brillan más cuando caminas sabiendo a quién perteneces de verdad.

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