Cierto día un creyente recibió la visita de una joven que parecía atormentada. Después de dialogar un momento, comprendió que la joven, aunque era creyente, quería seguir yendo a discotecas y disfrutar de los placeres malsanos del mundo, a pesar de todas las exhortaciones y advertencias de la Palabra de Dios.
Entonces el creyente abrió la Biblia en Hechos 10:14 y le pidió que se fijase en la expresión: “Señor, no”, empleada por el apóstol Pedro cuando rehusó obedecer la orden de Dios. Luego le tendió un lápiz y le dijo: «El que dice a Dios «Señor», no puede al mismo tiempo rehusarse a obedecerle. Si en este pasaje dejas el «no», entonces tienes que tachar la palabra «Señor». Las dos palabras no pueden convivir juntas, es imposible».
Después de esto se levantó y dejó a la joven sola con la Biblia, presa de un intenso combate interior. Cuando regresó, la joven le devolvió su Biblia. La página estaba mojada por las lágrimas, pero la palabra «no» estaba tachada. Ella había comprendido el mensaje.
Amigos creyentes, a menudo decimos que Jesús es nuestro Señor. Pero no pronunciemos esa palabra a la ligera. Reflexionemos detenidamente en nuestras actividades para analizar si él puede aprobar todo. Quizá tengamos que tomar decisiones difíciles, pero recordemos lo que dijo a sus discípulos: “El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama” (Juan 14:21).