"Aprendan de mí, pues yo soy apacible y humilde de corazón" (Mat. 11:29). Jesús nos dijo que aprendiéramos dos cosas de él: humildad y mansedumbre. Hablando de manera general, muchos han hablado acerca de la humildad de Cristo. Pero no mucho se ha escrito o hablado acerca de la mansedumbre de Cristo. Esto ha llevado a una falta de balance en las vidas personales de los creyentes y en la iglesia.
Vemos la severidad de Cristo en la forma en que reprendió a los Fariseos (Mat. 23) y a Pedro (Mat. 16:23), así como en la manera en que volteó las mesas de los cambistas y los expulsó del Templo (Jn. 2:14-16). Eso representó un aspecto de la naturaleza de Dios que Jesús manifestó.
Pero también vemos la gentileza de Dios en la forma en que Jesús trató con pecadores notables. Por ejemplo, vemos la gentileza de Jesús en la manera en que habló con la mujer de Samaria. Jesús le había preguntado acerca de su esposo. La mujer cambió de tema inmediatamente y le preguntó a Jesús algo sin relación alguna acerca de la adoración (Jn. 4:17-24). Y vemos ahí que Jesús no presionó el hecho de su pasado inmoral, sino que le permitió cambiar el tema, y le respondió su pregunta acerca de la adoración. Si acostumbramos avergonzar a otras personas analizando con curiosidad los detalles de su vida pasada o repitiendo cosas que tocan puntos sensibles de su vida, debemos tener la certeza de que no hemos aprendido NADA de la gentileza de Cristo.
Pero también vemos la gentileza de Dios en la forma en que Jesús trató con pecadores notables. Por ejemplo, vemos la gentileza de Jesús en la manera en que habló con la mujer de Samaria. Jesús le había preguntado acerca de su esposo. La mujer cambió de tema inmediatamente y le preguntó a Jesús algo sin relación alguna acerca de la adoración (Jn. 4:17-24). Y vemos ahí que Jesús no presionó el hecho de su pasado inmoral, sino que le permitió cambiar el tema, y le respondió su pregunta acerca de la adoración. Si acostumbramos avergonzar a otras personas analizando con curiosidad los detalles de su vida pasada o repitiendo cosas que tocan puntos sensibles de su vida, debemos tener la certeza de que no hemos aprendido NADA de la gentileza de Cristo.
La curiosidad es un pecado que incluso muchos creyentes no han reconocido como un vicio malicioso. Nuestra carne tiene un gran deseo acerca de las cosas malas que otros han hecho, por lo que siempre estamos deseosos de escuchar de los pecados de otros, hasta cuando son compartidos bajo el pretexto de peticiones de oración. Sin embargo, esa información nunca nos hará un bien, sino que contaminará nuestras almas, nos hace prejuzgar a otros, nos hace malvados, y obstaculiza el testimonio de nuestro ministerio para el Señor. Así es como Satanás lleva a muchos creyentes a extraviarse. No debemos permitir que otros nos digan cosas acerca de su vida pasada ni siquiera cuando lo hacen de manera voluntaria, ya que un hombre debe confesar sus pecados sólo a Dios, no a otros hombres. El pecado debe ser confesado sólo en el círculo en el que haya sido cometido. Los pecados de pensamiento, y otros que hemos cometido y que no han dañado a nadie más que a nosotros mismos, deben ser confesados SOLAMENTE a Dios. Pero los pecados que lastiman a otra persona, deben ser confesados a Dios y a la otra persona. Los pecados cometidos en contra de un cuerpo local de creyentes deben ser confesados a Dios y públicamente en la asamblea.
Una persona gentil será siempre cuidadosa de nunca decir nada que examine curiosamente en las áreas privadas de la vida de otra persona o de su pasado. Si accidentalmente tocamos a alguien en un punto sensible, y observamos la incomodidad de la persona, debemos cambiar rápidamente el tema y actuar como si no supiéramos nada al respecto. Eso es gentileza.
También vemos la gentileza de Jesús en la manera en que Él trató a la persona que fue atrapada en adulterio (Jn. 8:1-12). Jesús ciertamente no excusó su pecado o le llamó a su pecado de alguna otra manera. Él llamó 'pecado' a su adulterio y le dijo claramente que ya no pecara más. Pero no le arrojó piedras por el hecho de ser pecadora. Dios no arroja piedras a los pecadores. Nunca debemos olvidar eso. Hay dos maneras de predicar acerca de la victoria sobre el pecado. Una es la manera en cómo Jesús predicó, sin arrojar piedras a la persona. La otra es como la predicaron los Fariseos, condenando a las personas. La gentileza de Cristo es lo que falta en las palabras de muchos de aquellos que predican victoria sobre el pecado. Ellos le dicen a otros que no pequen, pero también los critican, acusan y se refieren a ellos con insultos. Los Fariseos eran así. Ellos predicaban acerca de la justicia, pero consideraban a todos los que no pertenecían a su grupo como 'malditos' (Jn. 7:49). Encontramos la misma actitud en muchos creyentes hoy.
Jesús, por otro lado, predicaba un estándar mucho mayor de justicia que el que los Fariseos predicaban. Pero nunca insultó a ningún pecador. Él los amó y los ganó para una vida santa, a través de su gentileza. La mujer descubierta en adulterio se dio cuenta de que mientras los Fariseos habían venido sólo a señalar su pecado, a acusarla y exponerla, Jesús quería salvarla. Y ella ciertamente debe haber sido salvada y se debe haber convertido en uno de los discípulos de Jesús, después de ese encuentro con Él. Cuando Jesús le predicó a esa mujer pecadora, Él no le predicó doctrina, sino aliento. Él llegó con un mensaje de salvación sobre el poder del pecado, y no sólo con uno de doctrina de santidad. Mucha de la "predicación de santidad" el día de hoy se enfoca en las doctrinas que definen al viejo hombre de la carne, y el nuevo modo de vivir a través del espíritu etc. Pero rara vez vemos la gentileza de Jesús en aquellos que predican estas profundas verdades. Y por lo tanto los pecadores no son atraidos a tales Fariseos del modo en que fueron atraídos a Jesús.
Aquí es donde todos aquellos que predicamos santidad haríamos bien en examinar nuestras vidas y ver cómo es que otros perciben nuestro mensaje.¿Está la gentileza de Jesús presente en nuestro ministerio? Cristo debe manifestarse en nuestra carne, si es que queremos que otros se acerquen a Él. Debemos permitir que el Espíritu Santo nos muestre la gentileza de Jesús, y que nos transforme a semejanza de él, si es que queremos cumplir nuestro ministerio.
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